2.Depredadores y presas
Normalmente los animales son tan crípticos y silenciosos como pueden y es alucinante los camuflajes que pueden adoptar, el grado de sofisticación es asombroso. La selección elimina rápidamente a quienes no están a la altura, el ruido más suave en el suelo de un bosque puede suponer una condena a muerte si eres un ratón y eres acechado por una lechuza por ejemplo. Al igual que ocurre con otros patrones de conducta, la comunicación tiene costes además de ventajas. El animal que reclama una pareja puede acabar siendo devorado. Por ejemplo en el caso de gran cantidad de especies de ranas los machos forman coros para atraer a sus futuras parejas. El problema surge si anda cerca un depredador potencial como puede ser un murciélago este sintoniza las llamadas de las ranas, las localiza y si las atrapa la pobre “rana cantora” pasa a servir de alimento.
El gran problema es que las ranas no pueden conseguir pareja si no efectúan sus reclamos así que se ven obligados a emitir sus cantos de amor, la intensa presión selectiva que representan los murciélagos le hacen minimizar los riesgos, es decir salvo en las noches más cerradas ven aproximarse a los murciélagos y, si bien a menudo ignoran a las especies más pequeñas el coro enmudece en el momento en que la amenaza merodea por el estanque.
Otro ejemplo de comunicación cuando ronda un depredador, minimizando a la vez el riesgo de ser capturado, es el agudo y fino grito de alarma que muchas aves cantoras emiten cuando ven por ejemplo un halcón. La llamada es casi idéntica en todas las aves que la emiten. Puede ser seguramente por dos factores uno que no es preciso que la llamada indique la especie de su emisor. Ésta es irrelevante, siempre y cuando su pareja o sus crías reciban la información de que hay un halcón rondando y que por lo tanto deben andarse con cuidado. Así pues no hay necesidad de que las llamadas sean diferentes. En segundo lugar, hay buenas razones para que esa llamada sea la misma. Este sonido en particular tiene características que lo hacen especialmente difícil de localizar así pues el emisor ante la presencia de la amenaza no delata su posición, así todas las especies parecen haberse apuntado a la misma para reducir en lo posible el riesgo de captura.
Los animales suelen detectar los sonidos captando diferencias entre lo percibido por sus oídos; por ejemplo si un sonido es más intenso en un oído que en el otro, es evidente que procede de ese ladote la cabeza en el que suena con mayor intensidad. No obstante, en los sonidos finos, agudos, como el “sip” de alarma, tales diferencias son nimias y resulta muy difícil para el depredador localizar al emisor. Desde luego, para un humano, la llamada es casi de ventrílocuo y al oírla resulta muy difícil detectar dónde está posado el que la emite. En el caso de los halcones existe un ventaja más en las llamadas de muy alta frecuencia, ya que pueden ser literalmente incapaces de oír el sonido: su capacidad auditiva es mucho peor en ese nivel que la de las aves pequeñas.
Normalmente los animales son tan crípticos y silenciosos como pueden y es alucinante los camuflajes que pueden adoptar, el grado de sofisticación es asombroso. La selección elimina rápidamente a quienes no están a la altura, el ruido más suave en el suelo de un bosque puede suponer una condena a muerte si eres un ratón y eres acechado por una lechuza por ejemplo. Al igual que ocurre con otros patrones de conducta, la comunicación tiene costes además de ventajas. El animal que reclama una pareja puede acabar siendo devorado. Por ejemplo en el caso de gran cantidad de especies de ranas los machos forman coros para atraer a sus futuras parejas. El problema surge si anda cerca un depredador potencial como puede ser un murciélago este sintoniza las llamadas de las ranas, las localiza y si las atrapa la pobre “rana cantora” pasa a servir de alimento.
El gran problema es que las ranas no pueden conseguir pareja si no efectúan sus reclamos así que se ven obligados a emitir sus cantos de amor, la intensa presión selectiva que representan los murciélagos le hacen minimizar los riesgos, es decir salvo en las noches más cerradas ven aproximarse a los murciélagos y, si bien a menudo ignoran a las especies más pequeñas el coro enmudece en el momento en que la amenaza merodea por el estanque.
Otro ejemplo de comunicación cuando ronda un depredador, minimizando a la vez el riesgo de ser capturado, es el agudo y fino grito de alarma que muchas aves cantoras emiten cuando ven por ejemplo un halcón. La llamada es casi idéntica en todas las aves que la emiten. Puede ser seguramente por dos factores uno que no es preciso que la llamada indique la especie de su emisor. Ésta es irrelevante, siempre y cuando su pareja o sus crías reciban la información de que hay un halcón rondando y que por lo tanto deben andarse con cuidado. Así pues no hay necesidad de que las llamadas sean diferentes. En segundo lugar, hay buenas razones para que esa llamada sea la misma. Este sonido en particular tiene características que lo hacen especialmente difícil de localizar así pues el emisor ante la presencia de la amenaza no delata su posición, así todas las especies parecen haberse apuntado a la misma para reducir en lo posible el riesgo de captura.
Los animales suelen detectar los sonidos captando diferencias entre lo percibido por sus oídos; por ejemplo si un sonido es más intenso en un oído que en el otro, es evidente que procede de ese ladote la cabeza en el que suena con mayor intensidad. No obstante, en los sonidos finos, agudos, como el “sip” de alarma, tales diferencias son nimias y resulta muy difícil para el depredador localizar al emisor. Desde luego, para un humano, la llamada es casi de ventrílocuo y al oírla resulta muy difícil detectar dónde está posado el que la emite. En el caso de los halcones existe un ventaja más en las llamadas de muy alta frecuencia, ya que pueden ser literalmente incapaces de oír el sonido: su capacidad auditiva es mucho peor en ese nivel que la de las aves pequeñas.
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