3.3 Olfato

La producción de señales olfativas o feromonas, como suelen llamarse habitualmente, podría dar la impresión de que tienen pocas ventajas. Los olores se difunden lentamente por el entorno, su velocidad y dirección dependen en gran medida del viento, y pueden transmitir muy poca información, ya que una vez dispersado un olor, ha de pasar tiempo para que se disperse antes de que sea posible emplear otra señal. No obstante, hay situaciones en las que las feromonas resultan ideales. Un animal pequeño como una polilla no podría ser visto u oído a una distancia superior a unos 100 metros, por colorida o ruidosa que fuera.

El macho de algunas especies de polilla puede detectar la feromona producida por la hembra desde varios kilómetros de distancia.


El producto químico involucrado es una pequeña molécula, el macho sólo necesita percibir unas pocas moléculas para empezar a moverse en contra del viento hacia donde la hembra le espera. Otra característica de la propia feromona es su persistencia: puede seguir señalizando incluso aunque el animal no esté presente. Muchos mamíferos tienen glándulas odoríferas que usan con fines diversos.

Las especies territoriales marcan a menudo las fronteras de su territorio como señal para otros de que el área está ocupada. Pueden hacerlo por medio de glándulas especiales, o cono olores propios de su orina o sus heces, y en tales señales puede haber una gran abundancia de información.


El intruso puede detectar no sólo donde está el límite territorial sino que individuo ocupa el espacio, tamaño, edad, volumen, agresividad, o si se halla en periodo reproductivo además de por supuesto indicar el tiempo que ha hecho que pasó por allí.

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